viernes, 27 de febrero de 2009
El absentismo laboral-II.
La teoría del Sujeto Paciente.-
En un colectivo tan numeroso como el nuestro no cabe esperar la sorpresa de comportamientos muy alejados de los estándares de toda la población. En ese sentido, puesto que los trabajadores de Correos estamos hechos de la misma pasta que los demás, sería razonable que aquí se alcanzasen unos niveles de absentismo similares a los de otras grandes empresas públicas.
Las causas de que tal cosa no sucediera habría que buscarlas en cuestiones que pudiesen resultar diferenciadoras (organización, funcionamiento, estilo de dirección…), pero no en la naturaleza de los trabajadores, similar en todos los sitios equiparables y que no se puede cambiar de buenas a primeras.
La hipótesis de trabajo parece bastante razonable: Las causas de las elevadas cotas de absentismo que se alcanzan en Correos no están en los trabajadores, sino en su entorno de trabajo, que es determinado fundamentalmente por los directivos. Después, las personas reaccionan de una manera natural y previsible a unos estímulos que les vienen impuestos.
Podríamos decir que, tanto en el origen inicial del fenómeno como en las tareas encaminadas a su corrección, a los trabajadores de Correos nos correspondería el papel del sujeto pasivo; aquel que recibe la acción del verbo y no la ejecuta, tal y como nos enseñaban a conjugar en el colegio.
Sólo que no se terminan aquí las fatigas del pobre currela.
Un día la Dirección de la Casa se pone por objetivo el resolver este problema y, en lugar de dirigir su actuación contra las causas verdaderas, opta por el camino trillado de penalizar al trabajador de todas las maneras que se les ocurren. Hasta piden ayuda a los sindicatos y la obtienen, faltaría más.
De esta forma, los que ya padecían las consecuencias de unas determinadas políticas laborales y sindicales; los frustrados por la inseguridad jurídica reinante (si no estás conforme vete al Contencioso, ya resolverán dentro de cinco años y veremos cómo; mientras tanto ajo y agua); los desesperados que ven impotentes cómo sus derechos son reducidos a la nada por la arbitrariedad descarada y casi impune de cualquier cargo, carguillo o cargote; todo este poblado grupo de gente va a padecer, además, las consecuencias de las medidas adoptadas supuestamente para combatir el absentismo.
Amigo lector, me parece a mí que esta pobre gente ya no es que reciba la acción del verbo… es que las recibe todas. Es por eso que lo de “sujeto pasivo” se me ha quedado muy corto y he preferido llamarlo “sujeto paciente”, creyéndolo más certero.
Digo yo que las célebres medidas, por el tiempo que llevan aplicándose, ya tendrían que haber producido unas cuantas cosechas de excelentes resultados y ahora mismo deberíamos estar por debajo del tres o el cuatro por ciento de absentismo; todo ello adecuadamente publicitado en el Abrecartas, en las memorias anuales y en los discursos oficiales de nuestros dirigentes.
Pues no, por lo menos lo de la publicidad; no sacan el importante dato por ninguna parte. Si es que parece que siempre se les olvida.
¿No será que los resultados han sido un desastre, que era lo predecible?
Bueno, pues no pasa nada; en el próximo Convenio, si los imponderables no lo impiden, reeditarán el invento con más brío.
jueves, 26 de febrero de 2009
El absentismo laboral-I.
Tipología del Directivo.-
Los directivos más cerriles del mundo empresarial consideran al trabajador de base como un pasivo al que se debe pagar la nómina a fin de mes.
Cuanto menos se le pague mejor; ello significa recursos que salen de la empresa, a la que sienten como suya aunque no hayan puesto nada en ella, aparte de su “talento”. Naturalmente, los beneficios producidos entre todos también los ven como suyos, ¿de quién mejor?
El panorama laboral no puede ser más que desastroso: El currante se siente completamente ajeno al proyecto empresarial y va a estirar el absentismo hasta donde pueda. No solamente el presencial, el de no ir al trabajo, sino también el de actitud, que le lleva a escaquearse, a inhibirse sin el menor remordimiento.
En última instancia, para conseguir que aquello medio-funcione se hará necesario gastar un dineral en latigueros.
Se arregló un poco subiendo hasta el siguiente peldaño en la escala evolutiva: El directivo que considera al trabajador como un activo listo para producir; al que conviene mantener en buenas condiciones para que produzca más y mejor… pero que no salga demasiado caro.
Son los que te dicen que el principal activo de la compañía eres TÚ, mientras compran a tus sindicatos para pastorearte más cómodamente en contra de tus intereses sin que rechistes. Sabrás que lo firmado por tus representantes legítimos que hayan merecido el calificativo de "responsables" goza del beneplácito de la crema de la sociedad, particularmente jueces, políticos y empresarios.
Funciona el modelo bastante mejor, pero sólo hasta donde alcanza el engaño. Seguramente por ello se dotan de buenos aparatos propagandísticos, tanto en la Dirección como en los sindicatos colaboradores.
Como es sabido, no se puede engañar a todo el mundo durante todo el tiempo, así que habrá siempre unas cifras de absentismo superiores a lo que sería razonable.
La cúspide evolutiva es el directivo americano (al menos americanófilo), que ve al trabajador como un socio que aporta su capital a la empresa; capital humano en este caso.
Si es consecuente le tratará como a tal socio; es decir, compartirá con él proyectos, objetivos, dedicación y también algunos reveses cuando los haya.
En este ambiente, que seguramente no has conocido hasta el momento, la implicación de los trabajadores difícilmente podría mejorarse, el absentismo tendería a situarse en las cotas de lo meramente estructural y el sueldo de los capataces se vería casi como un despilfarro.
Pero claro, that's America; o lo era, porque parece que últimamente las cosas no les funcionan del todo bien.
lunes, 23 de febrero de 2009
La jornada de treinta y cinco horas
En la línea de los dos artículos anteriores, con la vista puesta en la negociación del III Convenio, hoy llega el turno de una vieja reivindicación: la jornada de treinta y cinco horas a la semana.
Soy consciente de que ha tenido muchos y poderosos detractores en diversos ámbitos, suficientes como para impedir que hasta ahora haya salido adelante. De hecho yo no me molestaría en plantearlo si no fuese por lo excepcional, en muchos aspectos, de este momento que nos toca vivir.
Parece que hay muchas cosas a las que tendremos que mirar con ojos nuevos, quizás también a esta cuestión y a sus diversas connotaciones.
Ya no son cuatro, las últimas previsiones apuntan a que llegaremos a la triste cota de los cinco millones de parados. No me parece descabellado proponer, en una situación tan particularmente grave como ésta, que la Administración absorba una parte de ese desempleo, precisamente apoyada en una reducción de la jornada laboral.
No parece oportuna la imposición a las empresas privadas, pero sí podría serlo el incentivar de alguna manera su adhesión a esta práctica.
Pero vayamos al caso de Correos.
Seguramente no sería fácil implementar esta medida en todos los departamentos sin perjuicio para las cuentas de la empresa. Tampoco en todos los niveles, pero con un poco de imaginación se puede ver algún aspecto en que resultaría probablemente beneficioso: Potenciar un turno de tarde; eso nos acercaría al gran objetivo que tenemos planteado como empresa, de ganar cuota de mercado en paquetería y bancarios. Cuando más eficaz puede resultar el reparto de la rentable paquetería B2C es por la tarde, porque es cuando el destinatario puede estar en su domicilio.
En bancarios, refiriéndonos a banca minorista, Bancorreos tendrá menos competencia cuando los demás bancos están cerrados; o sea, por la tarde. También es de suponer que Su Majestad el Cliente agradecería y valoraría el que se le dé la posibilidad de poder hacer una gestión fuera de su jornada laboral.
Doy por descontado que también hay argumentos en contra, pero mi objetivo no era subrayarlos, sino apoyar la jornada de treinta y cinco horas.
Soy consciente de que ha tenido muchos y poderosos detractores en diversos ámbitos, suficientes como para impedir que hasta ahora haya salido adelante. De hecho yo no me molestaría en plantearlo si no fuese por lo excepcional, en muchos aspectos, de este momento que nos toca vivir.
Parece que hay muchas cosas a las que tendremos que mirar con ojos nuevos, quizás también a esta cuestión y a sus diversas connotaciones.
Ya no son cuatro, las últimas previsiones apuntan a que llegaremos a la triste cota de los cinco millones de parados. No me parece descabellado proponer, en una situación tan particularmente grave como ésta, que la Administración absorba una parte de ese desempleo, precisamente apoyada en una reducción de la jornada laboral.
No parece oportuna la imposición a las empresas privadas, pero sí podría serlo el incentivar de alguna manera su adhesión a esta práctica.
Pero vayamos al caso de Correos.
Seguramente no sería fácil implementar esta medida en todos los departamentos sin perjuicio para las cuentas de la empresa. Tampoco en todos los niveles, pero con un poco de imaginación se puede ver algún aspecto en que resultaría probablemente beneficioso: Potenciar un turno de tarde; eso nos acercaría al gran objetivo que tenemos planteado como empresa, de ganar cuota de mercado en paquetería y bancarios. Cuando más eficaz puede resultar el reparto de la rentable paquetería B2C es por la tarde, porque es cuando el destinatario puede estar en su domicilio.
En bancarios, refiriéndonos a banca minorista, Bancorreos tendrá menos competencia cuando los demás bancos están cerrados; o sea, por la tarde. También es de suponer que Su Majestad el Cliente agradecería y valoraría el que se le dé la posibilidad de poder hacer una gestión fuera de su jornada laboral.
Doy por descontado que también hay argumentos en contra, pero mi objetivo no era subrayarlos, sino apoyar la jornada de treinta y cinco horas.
domingo, 1 de febrero de 2009
Si pedís, pudiera ser que se os diera.
Embarcados, como en estos momentos estamos, en la negociación del III Convenio creo que resulta bastante oportuno discutir sobre las cuestiones que podrían acabar formando parte de su contenido.
Hoy me satisface traer aquí una sencilla medida anticrisis con la intención de contribuir a su difusión, a su discusión y perfeccionamiento, de que finalmente sea merecedora de atención y aprobación en la mesa de negociación.
Se trata de los préstamos empresariales a empleados, con tipos de interés bonificados, incluso nulos.
Señalaré, en primer lugar, que se trata de una medida claramente anticíclica en estos momentos. El trabajador suele tener lo bastante desarrollado el sentimiento solidario como para pulirse el préstamo sin tardar demasisado, con el consiguiente efecto benéfico sobre el consumo agregado. Aunque luego tenga que devolverlo poco a poco, eso será después y cabría esperar que para entonces lo peor de la crisis haya pasado ya.
Se ha constatado que el dinero inyectado al sistema para tratar de superar esta delicada situación se queda en el sumidero de la banca mal gestionada y no llega a las familias, perdiéndose por el camino bastante del potencial de esta medida.
He aquí una vía para soslayar a los bancos y llegar a una buena parte de los ciudadanos de a pie: A taves de las empresas solventes en que trabajan.
No se trataría de cargar a estas empresas con el coste de financiar los préstamos a sus empleados, sino de que reciban del Estado las ayudas necesarias para poder prestar sin que les resulte demasiado gravoso (hasta podría ser ligeramente beneficioso para que tengan algún aliciente).
En Correos ya se viene haciendo desde hace años, sería cuestión de potenciarlo aumentando la cuantía, de extenderlo a muchos más beneficiarios (recurriendo a campañas informativas si hace falta), de prolongar un poco la vida del prestamo.
Es una buena ocasión para sacar adelante una medida útil; sólo se requiere que el Estado apoye, que las empresas gestionen y que los trabajadores gasten.
No parece mucho.
Hoy me satisface traer aquí una sencilla medida anticrisis con la intención de contribuir a su difusión, a su discusión y perfeccionamiento, de que finalmente sea merecedora de atención y aprobación en la mesa de negociación.
Se trata de los préstamos empresariales a empleados, con tipos de interés bonificados, incluso nulos.
Señalaré, en primer lugar, que se trata de una medida claramente anticíclica en estos momentos. El trabajador suele tener lo bastante desarrollado el sentimiento solidario como para pulirse el préstamo sin tardar demasisado, con el consiguiente efecto benéfico sobre el consumo agregado. Aunque luego tenga que devolverlo poco a poco, eso será después y cabría esperar que para entonces lo peor de la crisis haya pasado ya.
Se ha constatado que el dinero inyectado al sistema para tratar de superar esta delicada situación se queda en el sumidero de la banca mal gestionada y no llega a las familias, perdiéndose por el camino bastante del potencial de esta medida.
He aquí una vía para soslayar a los bancos y llegar a una buena parte de los ciudadanos de a pie: A taves de las empresas solventes en que trabajan.
No se trataría de cargar a estas empresas con el coste de financiar los préstamos a sus empleados, sino de que reciban del Estado las ayudas necesarias para poder prestar sin que les resulte demasiado gravoso (hasta podría ser ligeramente beneficioso para que tengan algún aliciente).
En Correos ya se viene haciendo desde hace años, sería cuestión de potenciarlo aumentando la cuantía, de extenderlo a muchos más beneficiarios (recurriendo a campañas informativas si hace falta), de prolongar un poco la vida del prestamo.
Es una buena ocasión para sacar adelante una medida útil; sólo se requiere que el Estado apoye, que las empresas gestionen y que los trabajadores gasten.
No parece mucho.
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